Casas, girasoles y recuerdo...
Me acuerdo de una tarde. Mi madre pintando una casa, el recuerdo de un puente sobre un río, de un camino que se dirige hacia una amarillenta casita. Todo estaba impreso en una bandeja que años antes ella había comprado: “Yo quería vivir allí”, me había dicho ella. Una bandeja de metal con tonos negrizos y ocres, un puente y a lo lejos una rústica construcción.
Esa tarde mi madre reiniciaba su tarea. Volvía a pintar y a imaginar. No era una copia de la ilustración de la bandeja, sólo un llanto de nostalgia, la necesidad de apropiarse de una imagen que ella siempre había tenido en su interior.
Pasan los años, y veo a mi madre más inocente, como si su Principito no cesara de gritar. Cuanto mayor es el sueño que yo reafirmo, más brillan sus ojos al mirarme.
Hoy me he acordado de mi madre, de ese lugar mágico que recuerda en su interior.
Sí, es cierto, puede que estemos todos allí, en esa casa, en medio de un campo de girasoles.
Esa tarde mi madre reiniciaba su tarea. Volvía a pintar y a imaginar. No era una copia de la ilustración de la bandeja, sólo un llanto de nostalgia, la necesidad de apropiarse de una imagen que ella siempre había tenido en su interior.
Pasan los años, y veo a mi madre más inocente, como si su Principito no cesara de gritar. Cuanto mayor es el sueño que yo reafirmo, más brillan sus ojos al mirarme.
Hoy me he acordado de mi madre, de ese lugar mágico que recuerda en su interior.
Sí, es cierto, puede que estemos todos allí, en esa casa, en medio de un campo de girasoles.
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